Generalmente
se relaciona a la escuela con el espacio arquitectónico donde la mayoría de las
personas pasan su niñez y buena parte de su edad adulta.
Se perciben
como espacios finitos donde al parecer solo basta sentarse y escuchar para
aprender. Sin embargo, desde hace algunos años, existen investigaciones que
miran a las escuelas como parte del paisaje del entorno donde lo que pasa
dentro tendrá un impacto en la vida de los educandos.
Cuando se
dice escuela se piensa inmediatamente con las barreras
que impiden que los niños corran alocadamente. La siguiente idea que surge con
este concepto, es la relación que se construye en los salones de clase entre
los maestros y los alumnos y entre alumnos. Pero una mirada aún más profunda,
permite ver que la escuela es un espacio dentro de una comunidad, que sin
importar la cultura, el país o la economía de un grupo, se ha buscado
desesperadamente la creación de herramientas cognitivas para los alumnos, de cualquier nivel,
con el fin de resolver los problemas de la comunidad en la que se asientan.
En este sentido, este análisis busca mirar de afuera hacia adentro,
diferentes investigaciones que presentan elementos que de manera particular se
han analizado en las escuelas de diferentes países, pero que poco se han
revisado en el entorno Iberoamericano. De ahí se analizan los entornos, los
edificios, las paredes, los sanitarios y los salones como entornos de
aprendizaje, y relación con los demás, haciendo un paneo de afuera hacia adentro de ese espacio que
llamamos escuela.
La percepción del espacio escolar
Cuando se
les pregunta a los niños si les gustan los edificios de sus escuelas, casi
siempre dicen que no, pero que eso no importa, ellos deben ir a ella con una fe
ciega, por que se les manda, pero cuando se pregunta si les gusta ir al parque,
siempre responden con una gran sonrisa y dicen que si, pues se sienten libres.
Ante esta diferencia de la apreciación del entorno, Fisher y Frase en
1983 realizaron un estudio que analiza la percepción de los espacios escolares
y para ello llevaron a cabo un estudio comparativo sobre lo que los niños y
maestros desearían, comparado con lo que
tienen en sus salones de clase. El estudio no solo encontró diferencias entre
lo que tienen y desean, sino entre los niños y los maestros. Su conclusión es
que aunque las personas ocupan un mismo espacio lo observan y lo viven
diferente. Los niños lo veían como espacios aburridos, encerrados, sin vida,
lleno de paredes y puertas que no permiten sentir libertad, mientras que los
maestros lo veían como su centro de trabajo y sin mucha opción de cambios.
Con este estudio como antecedente Fraser un año después (1984), condujo
el mismo estudio en otra escuela primaria, y encontró diferencias similares,
los niños se sienten encerrados en espacios con paredes y donde muchas veces no
hay oportunidad de correr o reírse pues molestan a los adultos.
Bajo la tradición religiosa, que fue el nicho de la educación por muchos
años, la educación se ha venido ofreciendo en lugares cerrados dignos de
reverencia y meditación, pero las escuelas como espacios de enseñanza
independientes de la religión, no cambiaron demasiado esa percepción cultural
(Burke, Cunningham & Grosvenor, 2010),
y se continuaron diseñando espacios angulares, con bancas para dos o tres
personas y procurando la vista al frente, como cuando se mira al sacerdote en
la iglesia (Dudek, 2009).
Aun cuando las escuelas poco a poco intentaron deslindarse de esta
conceptualización, con el aumento de la población y la violencia, eventualmente
se han agregaron barrotes a las escuelas y con ella, desde fuera, dan la
impresión de que nada puede entrar ni salir de ellas (Roeser, Midgley, Urdan,
1996; Burke, Cunningham & Grosvenor, 2010).
Es por ello que diversos estudios buscan crear mejores espacios de
enseñanza y aprendizaje, aunque socialmente, parece que se centra la educación
en las personas, y se olvidan de los espacios, pero la arquitectura de las
escuelas comienza desde la primera mirada que se hace de ellas (Dudek, 2009;
Bruff, 2009; Falk y Baling,
2010), sin embargo, a pesar de que se mira a las escuelas
como semilleros donde las mentes jóvenes florecen, los espacios a veces no dan
esa impresión, especialmente para los niños que miran con desagrado muchas
veces desde la fachada exterior de sus centros de estudio.
Es por ello que actualmente se propone que si las rejas no se pueden
eliminar, se tengan jardines exteriores donde la comunidad y los niños puedan
tener percepción de un lugar de crecimiento, de cambio, con el fin de crear
espacios visualmente invitantes para permanecer (De Giuli, Da Pos y De Carli,
2012).
Ante esta idea, Brink, Nigg, Lampe, Kingston, Mootz, van Vliet (2010)
realizaron una propuesta simple en los Estados Unidos: renovaron los patios
escolares, les dieron un sentido de libertad, donde los niños podían correr a
pesar de ser espacios reducidos, se eliminaron barreras para los niños con
necesidades especiales y sembraron plantas; en algunas escuelas las
renovaciones fueron simples, en otras los trabajos fueron mayores, todos
apoyados por las comunidad escolar. Estas tareas, permitieron aumentar no solo
el deseo de movimiento en los niños, sino sus notas escolares.
Esto beneficia no solo las calificaciones, sino la salud de los alumnos,
como lo muestran el proyecto de escuelas activas que se realiza desde 2001 en
distinto países que han adaptado el modelo Move
it Groove it (Zask, van Beurden, Barnett, Brooks, Dietrich, 2001). El
modelo busca crear actividades de movimiento físico no solo como parte de una
materia específica, sino dentro del entorno, para lo cual, los niños deben
caminar para llegar a las aulas, a veces, a falta de espacio se usan
laberintos, y se las escaleras se diseñan apropiadamente para que los niños la
usen como parte de su esfuerzo físico. Esto sería particularmente importante en
países como México donde los índices de sobrepeso son notorios.
Por otra parte, como arquitecto Gutiérrez Paz (2009) explica que a pesar
de que existen estándares básicos para los edificios escolares, también es
innegable que la arquitectura expresa una forma de pensamiento, y que las
escuelas reproducen un mismo modelo, con la impresión de ser vigilado dentro y
fuera de los recintos, por lo que se sugiere que los edificios escolares deben
expresar inclusión y no exclusión, así como una imagen de apertura hacia la
comunidad.
Propuestas para el mejoramiento exterior hay muchas, pero hay dos que
son especialmente motivantes, la primera tiene que ver con los espacios verdes,
por lo que se proponen jardines escolares como espacios de aprendizaje, cuidado
y embellecimiento (Blair, 2009; Cosco y Moore, 2009), con los cuales los niños
aprenden habilidades de cuidado y hasta de ciencia, mismas que pueden
reproducir en sus comunidades (Miller, 2007), construyendo un pensamiento
ecologista para el cuidado de los recursos naturales, además se encuentra que
la conexión con la naturaleza crea un vinculo afectivo en los niños (Chen-Hsuan
Cheng y Monroe, 2010).
Es cierto que en las principales
ciudades mexicanas hace falta el agua, pero existen propuestas para elegir las
plantas que requieran menos cuidados como el caso de las rosas, las cuales
sobreviven a casi todos los ambientes. A esto se le agrega que los niños
aprenden más de biología, ecología y responsabilidad que en todos los libros de
texto
La segunda propuesta tiene que ver con el arte, el cual se mantiene
alejado de las escuelas, pero que es capaz de convertirse en un instrumento de
aprendizaje, donde la comunidad puede elegir temas y ser parte de los proyectos
escolares (Dzib Goodin, 2012a).. Se puede pensar en las artes visuales, pero
deberían incluirse otras propuestas que se ha demostrado que los niños aprecian
cognitivamente, respetando los entornos y la idiosincrasia de las comunidades
donde se establecen las escuelas (Bratteteig, & Wagner, 2012; Florence
Oluremi, 2012), ya que sin duda, el arte es universalmente apreciado. Ejemplo
de ellos son los murales que se pintan en las calles que dan un sentido
figurativo distinto para quien lo mira. La gente deja de ver una pared, para
mirar un espacio reflexivo.
Los espacios interiores: patios, sanitarios y
escaleras
Una vez que
se pisan los interiores escolares, debe considerarse los espacios comunes y sus
dimensiones. Los niños requieren de espacios para correr durante los descansos,
dichos espacios deben ofrecer seguridad e invitar a la actividad física, pues
en un país donde el índice de obesidad es tan alto, la actividad física no
puede dejarse de lado (Brink, Nigg, Lampe, Kingston, Mootz, van Vliet, 2010; Gorman,
Lackney, Rollings y T-K Huang, 2012),
pero el sentido de movimiento no solo lo produce quien se mueve dentro del
espacio mismo, puede ser producido por los entornos.
Por supuesto, no pueden olvidarse que la búsqueda de la inclusión no es
solo dentro de las aulas, sino fuera de ellas,
como lo propone el manual de las escuelas amigables para los niños de la
UNICEF (2009). Las adaptaciones pueden ser posibilidades creativas, de bajo
costo pero que hacen una diferencia enorme en la percepción del entorno de los
niños, ante ello la propuesta de las sustentabilidad de los entornos para dar
respuesta a la diversidad hace su
aparición (Zanoni y Janssens, 2009).
Aun cuando existen una percepción universal de entornos y de colores,
éstos han de usarse de manera juiciosa, ya que por ejemplo el color blanco se
relaciona con hospitales y a los niños no les gusta estar en ellos, Además, existen
adaptaciones culturales que se deben aplicar (Sennett, 1992) con la meta de que
las personas desarrollen un sentido de pertenencia de los entornos
arquitectónicos, es por ello tan importante pensar en la diversidad, al mismo
tiempo que en la universalidad de las zonas comunes, ya que en la escuela no
solo acuden niños, también hay adultos que conviven y pasan muchas horas del
día en esos espacios (Khare, y Mullick, 2009; Falk y Baling,
2010).
En este sentido, como en muchos otros espacios públicos existe un
entorno que es sin duda es un espacio común que puede ser analizado como un
tema de salud pública, o como un espacio socio-psicológico que no puede ser
ignorado.
Los sanitarios son un asunto de salud descuidado muchas veces en los
lugares públicos, pero sobre todo en las escuelas. Las escuelas no deberían
operar si no cuentan con espacios limpios y con materiales de aseo suficiente,
comenzando con agua, jabón y papel desechable que permita a los niños hacer sus
necesidades en un ambiente sano y cómodo, como lo explican Lau, Springton, Sohn
Masonm, Gadola, Damitz y Gupta, (2012) que encuentran una
estrecha relación entre la higiene y el ausentismo escolar, provocado por
enfermedades desde diarreicas hasta respiratorias, prevenibles con higiene.
Del mismo modo, los sanitarios deben contar con puertas en los privados
y en condiciones que eviten la invasión
a la privacidad o que permitan la violencia entre los escolares, pues muchas
veces el acoso escolar se da en estos espacios alejados de los ojos de los
demás, ya que se reportan asaltos con y sin violencia en donde la gente se
encuentra vulnerable para de correr o incluso pedir ayuda. Se encuentra incluso
que los niños sufren daño renal al evitar acudir a los sanitarios (Ingrey,
2012).
Las escaleras brindan mucho apoyo cuando cuentan con rampas para quienes
las requieren, sin embargo muchos
centros educativos aún no realizan las adecuaciones para la inclusión de las
personas con discapacidad siendo las más necesarias para las personas con
dificultad motriz, visual e incluso cognitiva, como el caso de las personas con
trastornos del espectro autista (Gutiérrez Paz, 2009; UNICEF, 2009; Khare y
Mullick, 2009).
Los salones como espacios motivadores
Cuando la
gente piensa en las escuelas del futuro, inmediatamente vienen a la mente los
salones, por lo que la apuesta es cambiar la percepción de que los salones son espacios
estériles para las ideas, con paredes desnudas, espacios muertos, sin
creatividad, donde alumnos y maestros intercambian ideas, ya que pueden ser
mucho más.
Actualmente, las naciones piensan en salones con equipo electrónico,
donde los niños puedan tocar pantallas, tener acceso a tabletas y donde los
teléfonos celulares tengan una presencia cada vez más destacada en el
aprendizaje. Todas estas propuestas tendrán cabida en grupos donde la tecnología
tenga sentido cultural, ya que es la palabra la protagonista del aprendizaje en
presencia o ausencia de las personas. La palabra es la transmisora de ideas y
de conocimientos, y ésta se transfiere por cualquier medio de comunicación,
desde los cuentos hasta las computadoras más sofisticadas.
El gigante tecnológico Apple con la visión de Steve Jobs, comenzaron a
finales de la década de 1980, diversas investigaciones donde analizan cómo
deberían ser los salones del futuro. Lo que encontraron lo aplicaron en sus
equipos, desde computadoras hasta sus tabletas, y que personalmente creo que es
el secreto del aprendizaje: la intuición al servicio de la curiosidad (Dwyer,
Ringstaff, Haymore Sandholtz, y Apple Computer Inc, 1988).
Los psicólogos, sin embargo, han
realizado análisis de la relación entre el espacio de aprendizaje y la
motivación, intrínseca y extrínseca, para diseñar salones como espacios
arquitectónicos mirando a los maestros como creadores de espacios de
conocimiento para generar la curiosidad
y el aprendizaje (Carole, 1992; Péter-Szarka, 2012), pero que en la búsqueda de
la receta mágica, pierden muchas veces el entorno. Centrarse en modelos de
enseñanza, no necesariamente potencializa el aprendizaje.
En este sentido Miller (2007) propone que los espacios donde los niños
pueden ver jardines desde sus pupitres, permite el desarrollo de competencias
comunicativas, creativas y de bienestar en el entorno, que se agrega al
conocimiento del mundo y el cuidado del ambiente, de tal forma que los jardines
no solo embellecen el espacio fuera de los salones, los benefician desde
adentro. Estudios similares han sido conducidos con otras poblaciones y
entornos (Wells, 2000; Woolner, McCarterWall,
y Higgins, 2012).
Pero los maestros como creadores
de la enseñanza buscan crear espacios de reflexión y de pensamiento creativo,
ejemplo de ello son las experiencias donde los niños piensan, crean preguntan,
se escuchan, respetan (Haynes, 2008), donde la tecnología irrumpe de manera
creativa también tiene un espacio, no por obligación, no por que otros países
hacen su apuesta por la tecnología, sino cuando una respuesta natural a las
necesidades de alumnos y maestros (Strommen y Lincoln, 1992).
En este sentido, cuando se piensa en la población meta, aprenderían de
otra forma, por ejemplo, cuando se enseña de los errores y se celebran, los
resultados son impresionantes, como lo muestras algunas escuelas en los Estados
Unidos donde el aprendizaje de las matemáticas encuentra una excusa cuando el
error irrumpe (Ewart, 2012).
La experiencia puede ser aún más enriquecedora,
cuando se agrega el arte, como estrategia para trabajar la lectura o la
escritura que son claves para las competencias comunicativas (Dzib Goodin,
2012b), pues si las palabras fluyen, la imaginación hace su mejor esfuerzo por
crear. Es por eso que las metáforas son tan importantes en los primeros años y
para el aprendizaje de la ciencia. Pues la palabra tiene la cualidad de
escucharse o mirarse, o bien representarse a través de una fotografía, una
pintura o una partitura con movimiento, como lo expresa la danza.
Cuando la creatividad entra en la mente de los
maestros, los espacios se vuelven infinitos y las herramientas se diversifican,
pero sobre todo, los niños son capaces de tener mejores experiencias (Bruff, 2009, Bratteteig & Wagner, 2012; Dzib
Goodin, 2012b, Brown Martin, G, 2012).
Conclusión
Las escuelas
son mucho más que paredes y personas que conviven son, sin lugar a dudas
experiencias de vida que promueven o frenan el desarrollo académico y
profesional de las personas que en ella conviven. Se encuentran en
prácticamente todos los entornos sociales, culturales o territoriales y tienen
como meta transmitir conocimientos.
Sin embargo, cuando se piensa en las mejoras escolares se piensa en
objetos, sin tomar en cuenta a los protagonistas de esos espacios, es por ello
que el entorno cobra especial importancia, por que las escuelas son parte de
las comunidades que las albergan, pues esas familias, ponen su fe en que las
escuelas brindan un mejor futuro a sus hijos y deben ser por ello, deben
reflejarse en esos espacios académicos y ser vistos como territorios extraños u
hostiles (Sang- Woo, Christopher, Byoung-Suk, Sung-Kwon, 2008).
Como bien explica Brown Martin (2012) las escuelas deben ser respuestas
a las necesidades de una sociedad que pone su esfuerzo en crearlas como
entornos creativos, donde los alumnos puedan crecer en todos los sentidos.
Finalmente, las escuelas son los entornos donde la sociedad cambia, y activa su
capital humano (Dzib Goodin, 2012a).
Por eso deben ser diseñadas para que todos puedan convivir, donde todos
encuentren un lugar sin importar capacidades, diferencias, preferencias. Deben
ser espacios de inclusión (Erkilic & Durak, 2012), donde hasta los niños con
menores recursos económicos puedan sentirse orgullosos de pertenecer, pues ello
impulsará su futuro y el de sus países (Florence Oluremi, 2012),
por que las escuelas no son solo para quienes pueden aprender, sino para
quienes deseen hacerlo, incluyendo los grupos marginados quienes deben encontrar
un motivo exacto para el cual asistir. Ello comienza desde afuera de las
escuelas, con espacios ambientales llamativos, hasta espacios interiores donde
sientan que son parte de algo importante: su propio crecimiento (McGregor y
Mills, 2010).
Pero las escuelas requieren del ingrediente que no se compra o funciona
desde una tableta, la motivación para aprender, la motivación para enseñar, no
puede ser comprada, incluso en las peores condiciones cuando una persona desea
saber algo, logra salir adelante, como los niños de una escuela en la India,
que toman clases bajo un puente, pues no tienen un espacio arquitectónicamente
adecuado (Medina, 2012), pero su escuela
tiene algo que los psicólogos, los pedagogos y las sociedades buscan
desesperadamente: la motivación para que los niños quieran aprender y ser
mejores, para con ello, desarrollar sociedades auto motivadas para el cambio.
La escuela vista como entornos tiene sin duda un espacio de reflexión,
finalmente, los niños y los alumnos de todos los niveles, lo valen.
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