El desarrollo cerebral está basado en información de tipo genético y por
un mecanismo de adaptación del entorno. Sin embargo, durante el periodo de
gestación, puesto que el entorno uterino es muy similar en la mayoría de los
individuos, el cerebro parece formarse basado en la información genética, es
decir, va desarrollando las bases de los mecanismos que le harán funcionar
posteriormente y que le permitirán la interacción con el mundo externo. Los
genes que determinan esta polaridad, se denominan genes organizadores y se expresan no solo en el sistema nervioso,
sino en otros tejidos y órganos. Mientras que los genes que dirigen la
diferenciación especifica de las estructuras se conocen como genes reguladores pues no solo rigen la
estructura anatómica sino la función de las células (Poch, 2001)
Las razones por las que la distribución de estructuras
y el orden de desarrollo están prefijados no son muy claras, pero una teoría es
que la naturaleza o complejidad de las funciones y la programación genética
puede tal vez obedecer a leyes físicas que rigen a otros procesos naturales. En
este sentido Walsh y Diller (1981) explican que la madurez cerebral es una
progresión del desarrollo neuronal, que está determinada por dos tipos de neuronas que construyen el tipo
de conexiones que se establecen entre estructuras. Por un lado, las neuronas
piramidales (llamadas macro neuronas) se diferencian de las neuronas de tipo
local, por que las primeras se desarrollan mucho antes, estableciendo
conexiones tempranas que luego serán difíciles de restaurar después de una
lesión cerebral, ya que al parecer estas neuronas están prediseñadas
genéticamente y se encuentran funcionando cuando se nace y se encargarán de
establecer las funciones de orden menor, por ejemplo en el caso del lenguaje,
el análisis de los sonidos y su representación fonológica; mientras que las
neuronas de tipo local, disfrutarán de un periodo más largo de libertad o plasticidad y serán las encargadas de establecer nuevas conexiones
en periodos de desarrollo más avanzados. Este tipo de neuronas estarán implicadas
en los procesos de orden mayor, que se van consolidando de manera más
progresiva y que participan en funciones como el procesamiento semántico
(Tubino, 2004).
De
este modo, los mecanismos de la plasticidad cerebral pueden incluir cambios
neuroquímicos, de placa terminal, de receptores o de estructuras. Así mismo, la
plasticidad funcional está acompañada por plasticidad
estructural, pues entre los mecanismos de reorganización funcional más
importantes están el desenmascaramiento, el retoño sináptico, la arborización
dendrítica, la inhibición, facilitación y modificación de neurotransmisores,
entre otros, por lo que se admite la posibilidad de que existen varios tipos de
plasticidad neuronal, en los que se consideran a) plasticidad del cerebro en
desarrollo; b) plasticidad del cerebro en periodo de aprendizaje y c) plasticidad del cerebro adulto (Aguilar,
2003).
Plasticidad del cerebro en
desarrollo
Con respecto a la plasticidad del cerebro en desarrollo, Deacon (2002) explica que durante el periodo de
embriogénesis los genes son los que van a determinar la distribución de los
distintos tejidos cerebrales y van a ser responsables también de la
coordinación de los procesos que después tendrán lugar en la formación del
embrión, incluidas las estructuras básicas del cerebro; pero después del
nacimiento la genética ira dando paso a otros mecanismos de estructuración
cerebral que dependerán en gran medida del entorno, tanto interno como externo.
Es así que en los inicios del desarrollo del sistema
nervioso, se produce un exceso de fibras neuronales, y una parte importante del
proceso de desarrollo comprende el podado neuronal de conexiones excesivas que
no son necesarias y que de hecho pueden ser pueden ser dañinas para el
funcionamiento normal.
De hecho se piensa que esa explosión de conexiones tan
tempranas es parte del proceso de plasticidad durante el desarrollo, y esto
tiene ventajas de adaptación. Sin embargo si ocurre algún daño durante el
periodo en el que hay conexiones excesivas y disponibles, hay más posibilidades
de que el sistema sobreviva a pesar del daño ya que puede diseñar una ruta de
conexiones alternas que puede ser adecuada para la reparación del daño (Avaria,
2005).
Es así que se acepta que existen momentos o períodos
críticos en los que cada una de las distintas áreas del sistema nervioso
central presenta sensibilidad especial y capacidad de respuesta para la
modificación inducida por las diversas influencias. Por lo que se tiene
suficiente evidencia que la influencia de la experiencia afecta más a la
organización final de los circuitos locales que a las vías principales, porque
para entonces ya se ha completado la organización topográfica de los grandes
circuitos.
Pero aun cuando exista un periodo de particular
sensibilidad para recibir la información sensorial que en último término va a
condicionar y dirigir el aprendizaje, por lo que aunque existe una cierta
predisposición estructural que se establece desde el principio y que favorece
el que una conexión previamente establecida se mantenga, esta conexión depende de la fuerza de las señales
neuronales, ya que no importa de donde
provengan esas señales sino que se conserven y finalmente se establezcan. Sin
embargo, cabe destacar que la edad en la que ha ocurrido la
lesión es uno de los factores cruciales a tener en cuenta para pronosticar el
curso de las lesiones cerebrales, pues se ha encontrado en diversas
investigaciones que lesiones focales antes de un año de edad tendrán peor
pronóstico de la función intelectual que lesiones del mismo tipo después de
dicha edad (Riva &
Cazzaniga 1986; Woods, 1980; Tubino, 2004).
En este sentido, dado que la
plasticidad es mayor en los primeros años de vida, para la mayoría de las
lesiones y disminuye gradualmente con la edad, el aprendizaje y la recuperación
se verán potenciados si se proporcionan experiencias o estímulos precoces al
individuo, especialmente en los niños, ya que las estructuras nerviosas en los
primeros años de vida se encuentran en un proceso madurativo en el que
continuamente se establecen nuevas conexiones sinápticas y tiene lugar la
mielinización creciente de sus estructuras, de modo que en respuesta a los
estímulos procedentes de la experiencia, y mediante procesos bioquímicos
internos, va conformándose el cerebro del infante.
Durante este periodo crítico, los
circuitos de la corteza cerebral poseen, como ya se mencionó, gran capacidad de plasticidad, por lo que la
ausencia de un adecuado aporte de estímulos, experiencias o nutrientes tiene
importantes consecuencias funcionales futuras (Wash y Diller, 1981; Deacon,
2000; Hernández-Muela, Mulas,
Mattos 2004; Avaria, 2005).
Aun cuando se sabe
poco de los factores que controlan la duración y el momento en que se
establecen estos periodos de especial sensibilidad, se ha descrito que guardan
particular relación con la sinaptogénesis, es decir, la fase en la que existe
hiperproducción de sinapsis en la corteza cerebral, pero, como ya se explicó, muchas de estas sinapsis se van a perder, ya
que las neuronas que no establecen ninguna conexión relevante mueren y son
finalmente eliminadas por el sistema, dando origen a un fenómeno de
remodelación del entramado cerebral, por lo que se dice que el programa de
desarrollo genéticamente preestablecido configura las fases de producción o
estallido sináptico (Wash y Diller, 1981).
Sin embargo, existe
evidencia de que no todas las áreas cerebrales presentan periodos de
sinaptogénesis y de pérdida sináptica al mismo tiempo. En la corteza visual
primaria, por ejemplo hay un brote de sinaptogénesis hacia los 3-4 meses de
edad con una densidad máxima a los 4 meses. Pero en la corteza pre frontal
tarda más tiempo y alcanza el máximo de densidad sináptica a los 3-5 años. El
curso temporal de la eliminación de sinapsis se prolonga también más en la
corteza frontal (hasta los 20 años) que en la corteza visual (4 años); por lo
que es posible afirmar que son distintos los tiempos de maduración para las diversas
estructuras cerebrales, y que las áreas primarias corticales senso-motoras se
desarrollan antes que las grandes áreas de asociación.
En este sentido, el hecho de que sean necesarias distintas etapas
para que la actividad neuronal para completar el desarrollo, implica que la
maduración cerebral se modifica a través de su propia estimulación y de la
experiencia, proporcionando al cerebro la adaptabilidad necesaria. Este
esquema resulta probablemente más económico desde el punto de vista biológico,
ya que un modelo en el que se necesitara el control genético para la formación
de todas las sinapsis exigiría un número
increíble de marcadores moleculares específicos y de sus respectivos genes, lo
que lo haría un sistema rígido y dependiente. Esto se explica debido, la
extremada inmadurez del cerebro del recién nacido, cuya fragilidad justifica la
total dependencia paterna del neonato humano. Esto acentúa la total diferencia
del hombre con respecto de la mayoría de los animales, que aún recién nacidos,
ya son capaces de ejecutar muchas de sus funciones básicas (Tubino, 2004).
También
se conoce que la capacidad para analizar y sintetizar múltiples fuentes de
información y generar respuestas diferentes por parte del cerebro, lo que
ilustra la organización centralizada y la función cerebral, ya que existe una
jerarquía en la organización de forma que los segmentos inferiores llevan a
cabo funciones específicas sometidas al control y modulación de los segmentos
superiores, por lo que la complejidad del procesamiento de la información
aumenta progresivamente a medida que el nivel llega a hasta la corteza. Pero,
desde la periferia pueden provocarse, con determinados estímulos, respuestas en
niveles superiores que fuercen la organización o la adquisición de determinadas
funciones.
Cabe destacar sin embargo, que han sido
estudiadas particularmente las lesiones tempranas que se producen en las
áreas lingüísticas, las cuales logran en general una buena recuperación de dicha función, pero
en la actualidad, existe una amplia evidencia de que el proceso de recuperación
de funciones no es capaz de eliminar por completo los efectos de las lesiones
focales tempranas pues en el caso del lenguaje, a lo largo del desarrollo
posterior del infante, se pueden observar dificultades de lectura, escritura,
comprensión, articulación, fluidez y/o sintaxis (Verger y Junqué, 2000)
Una
posible explicación de este efecto, es
que todas las regiones sensoriales y motoras primarias del cerebro se
encuentran relacionadas desde un punto de vista funcional, por fibras de
asociación. Las áreas de asociación cortical, por ejemplo, están directamente
conectadas entre sí, mientras que las áreas corticales primarias se hallan
conectadas entre sí indirectamente a través de las áreas de asociación. Las
áreas homólogas de ambos hemisferios se conectan a través de fibras inter
hemisféricas, principalmente por el cuerpo calloso. Esta interconectividad
cerebral permite una interacción constante dentro de cada hemisferio y entre
ambos hemisferios, y de esa forma se
busca adecuar las respuestas de forma global y dinámica (Hernández-Muela, Mulas y Mattos 2004; Poch,
2001).
Es
así que el cerebro trabaja de manera coordinada y analiza el mundo de manera
global, por ello, cuando se lee algo se comprender las letras que forman cada
palabra, se entiende el significado de cada una de las palabras de una frase,
sin embargo estos procesos no se sintetizan de manera independiente, sino que
se da un sentido general a cada frase, esto es posible gracias a la coordinación
entre cada uno de los lóbulos cerebrales, esta es la ingeniería del cerebro, la
cual que permite interpretar al mundo y lo mismo diseñar una nave espacial que
aprender el abc. Este el instrumento
de trabajo cuando se habla de aprendizaje, y modificar sus conexiones, es el
triunfo final de la enseñanza.
Se
ha encontrado al mismo tiempo, otro aspecto importante que es modificable
durante los periodos críticos: la lateralidad
cerebral, esta se expresa en tres aspectos: simetría anatómica, diferencias
funcionales unilaterales (como la localización del lenguaje, el habla y el
procesamiento analítico en el hemisferio izquierdo, y las habilidades temporo-espaciales,
como las relacionadas con la música y el repertorio emocional y humorístico, en
el derecho) y control sensorio-motor contralateral, de este modo, comprender la
funcionalidad del cerebro en estos tres aspectos es básico para entender los
procesos que tienen lugar en la reorganización del cerebro durante el proceso
de aprendizaje pues es una fuente muy rica de experiencias que pueden
beneficiar la enseñanza (Maciques, 2004).
Referencias:
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cerebral: parte 1. Rev Med IMSS.
41(1) 55-64.
Avaria, M. A.
(2005) Aspectos biológicos del desarrollo psicomotor. Rev. Ped. Elec. [en línea] Vol 2, N° 1.
Deacon,
T. (2000) Evolutionary perspectivas on language and brain plasticity. Cognitive science. 28 (1) 34- 39.
Hernández-Muela,
S., Mulas, F. y Mattos, L. (2004) Plasticidad
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Maciques (2004) Plasticidad Neuronal. Revista de neurología. 2 (3) 13-17.
Poch,
M.L. (2001) Neurobiología del desarrollo temprano. Contextos educativos.
4. 79-94.
Tubino, M. (2004) Plasticidad
y evolución: papel de la interacción cerebro – entorno. Revista de estudios neurolingüsticos. Vol. 2, número 1. 21-39
Verquer, K. & Junqué, C. (2000) Recuperación de
las lesiones cerebrales en la infancia: polémica en torno a la plasticidad
cerebral. Rev Logop Fon
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Walsh,
T. M. & Diller, K. C. (1981) Neurolinguistic considerations on the optimum
age of second language learning. En. K.C. Diller (Ed) Universal in language learning aptitude USA. Rowley: Newbury House
Publishers.
Woods,
B. (1980) The restricted effects of right hemisphere lesions after age one:
Wechsler test data. Neuropsychology. 18: 65-70.
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