No hay nada más fascinante que escuchar
las conversaciones de mi esposo y sus colegas cuando hablan sobre problemas de
programación. El lenguaje de programación permite a cualquier equipo capaz de
responder a dicho código, hacer las cosas tan fabulosas que nos hacen
comprarles, mirarles o jugar por horas con ellos, prácticamente nos hacen
adictos.
Una tarea simple, como aceptar un clic
sobre un botón o el toque sobre una pestaña, implica largas cadenas de operaciones
que permiten a los equipos tener contacto con el usuario, para ello, los
programadores hacen cada vez más sofisticadas las cadenas secuenciales,
enlazadas en órdenes lógicas que le dicen al sistema qué hacer, cuándo hacerlo
y qué responder si acaso el usuario no ha hecho algo correctamente. Es lo que
llaman los publicistas equipos inteligentes.
Las charlas me deleitan porque me
permiten imaginar la cantidad de secuencias lógicas que realiza el cerebro desde
el momento en que dos células comienzan a darle forma, hasta el momento en que
se desconecta. Tareas tan simples aparentemente, como abrir los ojos cada
mañana, implicarían miles de líneas de códigos, pues requieren de informar al
sistema que músculos se han de emplear, los patrones de apertura, el
reconocimiento de que los ojos están cerrados, pues si están abiertos
obviamente no puede haber una tarea que implique abrirlos, y sé que esto suena
hasta estúpido, pero las enfermedades motoras permiten reconocer que esa
secuencia debe ser reconocida. Se ha atribuido al cerebelo junto con el cuerpo
calloso esa tarea, pero como sea, dicha secuencia debe ser escrita.
Como tenemos dos ojos, éstos se han de
abrir en coordinación, y una vez abiertos, reconocerán la luz, las formas, y
enviarán señales para comenzar la toma de decisiones diarias.
Si han observado los esquemas de toma de
decisión o sistemas bayesianos, agreguen a todo ello el lenguaje de
programación y podrán imaginar las miles de conexiones que hace el cerebro. Si fuera sólo ello, podemos decir que Henry
Markram va a pasar años y años construyendo un cerebro y lo logrará antes de
morir; pero el verdadero reto no es construir las secuencias, el problema es que
dichas secuencias deben adaptarse para responder ante el ambiente, por lo que
son sistemas abiertos en constante evolución.
Aquellos que sólo leen sobre los estudios
neurocientíficos publicados en la prensa poco especializada, caen fácilmente en
la idea de que existe una estructura para cada acción. Ramón y Cajal estudió casi
cada espacio del cerebro, y aun en aquellos años, encontró que el cerebro se
adapta a las necesidades. Tal vez soy una entusiasta de la plasticidad cerebral
y en algunas décadas se descubrirá que es un error, pero en ciencia aprendemos
y re aprendemos todo el tiempo. Como bien me ha enseñado mi amiga Irina Pechonkina,
la verdadera tarea no es aprender, sino des-aprender para con
ello lograr la adaptación.
Las tareas de programación implican hacer
consiente las secuencias necesarias para ejecutar una tarea, en cognición se
llama a ello meta cognición, yo lo explico de manera simple, es la capacidad de
decir cada pequeña tarea y secuencia para ejecutar una acción.
El cerebro debe programar no sólo la
relación entre neuronas, sino entre moléculas, genes, y hasta bacterias, debe
responder a un ambiente que no cambia sólo por el clima, sino por el tipo de
juguetes que empleamos, las palabras que escuchamos, la cultura y demás
circunstancias que rodean a un sistema que genera líneas infinitas de
secuencias que nos permiten hacer tareas que parecen simples.
Los estudios actuales muestran que existe
el ADN del ADN, lo cual me lleva a recordar aquellos años en que trabajé
intensamente para comprender a Wittgenstein que hablaba de un lenguaje del
lenguaje al que llamó meta lenguaje, y cuando uno lograba comprender el concepto,
alguien con un tono de perversidad le aventaba a uno un libro sobre la mesa en
el que Wittgenstein explicaba el meta-meta lenguaje.
No piensen que he perdido la idea que da
origen a este escrito, si regresamos a
la tarea de abrir los ojos por la mañana, pensemos que a veces los ojos se
abren lentamente, porque al reconocer la cantidad de luz en la habitación, se
sabe que es hora de levantarse, pero ¿y si hay un ruido que produce un estado
de alerta?, los ojos se abrirán y buscarán la fuente de ruido, en ocasiones se
abrirán por con cuidado pues estamos acostados con la cara sobre la almohada…
no se olvide que a veces se olvida quitar los lentes de contacto, lo cual
succiona la humedad del ojo y abrirlos es complicado.
La idea no es imaginar todas las posibles
circunstancias, pues seguro existen N menos 1, sino pensar que las secuencias
no siempre son claras, como la orden original fue escrita, existen muchas
circunstancias que deben ser consideradas.
A veces, los colegas de mi esposo le
dicen que quiere reinventar la rueda, pero él, en su búsqueda por la eficiencia
logra quebrar los comandos de programación y salirse con la suya. Me pregunto
si eso ¿no es lo que hace el aprendizaje?,
y de ser así, porque debemos decirle a todos
el cómo y que debe aprender, en lugar de permitirle que adapte sus
acciones al ambiente, pues al final, no siempre podrá aplicar las secuencias
aprendidas.
En este sentido, los niños con trastornos
en el neurodesarrollo, nos enseñan que reconocer las secuencias que llevan a
cabo para las tareas y el porque las llevan a cabo incorrectamente, a veces
porque no reconocen la tarea, o parte de la secuencia es errónea, y al final
aprenden que la meta es el objetivo, y no la repetición del error.
Sé que es necio decir que el cerebro
funciona como una computadora, pero hasta el momento, la tecnología ha enseñado
mejor a los equipos, de lo que muchas escuelas han logrado con los educandos.
No culpo a los maestros, ni siquiera a
los diseñadores curriculares por no salir de la caja e innovar. En teoría se
aprende de los errores, pero parece que en Educación, aun no se reconoce el
error, así que el sistema sigue enviando señales de que algo se ha hecho mal,
pero no olvidemos que los niños tienen el derecho de aprender, a su manera,
pues existe una programa evolutivo creado para ello.
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